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Tabancureños: Historias por Descubrir – El llamado al sacerdocio

hace 8 meses

Desde sus primeras inquietudes hasta el momento en que dieron el paso definitivo, cada uno comparte su testimonio de fe, sus experiencias en el seminario y los desafíos y alegrías que han encontrado en este camino.

Más allá de la vocación sacerdotal, sus historias nos invitan a reflexionar sobre la importancia de descubrir y seguir el propósito de Dios en nuestras vidas, con valentía y confianza.

En esta oportunidad  conoceremos la historia de:

Andrés Allende Pérez de Arce, Seminarista de 6º Año, Etapa Configuradora , generación 2014.

Tomás Montero Echeverría, Seminarista de 2º año Etapa Discipular, generación 2016.

Joaquín Ochagavía Hübner, Seminarista 7º año, Etapa Configuradora, Generación 2018.

Francisco Javier González, Seminarista 5º año, Año Pastoral (viviendo en una parroquia por un año), Generación 2020.

Para comenzar, ¿qué los motivó a asumir el camino del sacerdocio y cómo ha sido su experiencia en el seminario hasta ahora?


ANDRÉS: Lo más fundamental fue y sigue siendo, sin duda, la cercanía con Jesús y la certeza de que Él tiene un plan de amor para mí, y, a través de mí, para el mundo. Entonces la pregunta fue, y sigue siendo, "¿dónde me quiere Él?", porque sólo ahí cobra sentido mi vida.

Y mi experiencia en el Seminario ha sido muy bonita: ha sido un lugar donde he sentido la presencia y la acción de Dios en mí, y donde Él ha podido trabajar mi interior y romper poco a poco mis barreras para que me llene su amor infinito.

TOMÁS: La motivación es algo que viene desde muy adentro, al menos en mi caso. No es algo intrascendente, ni tampoco es para mí algo evitable, sino que es un anhelo, que se encuentra en lo más profundo de uno, y apunta a una entrega completa y al servicio. Porque he descubierto que sólo con Dios la vida toma sentido, ya que Él nos creó para ser felices en su amor por la eternidad, y sin Dios en la vida pierdo el porqué y el para qué de vivir.

Aunque hay un anhelo muy grande de entrega y servicio, al momento de postular al seminario yo no tenía una claridad absoluta de que lo mío fuera ser cura, e incluso ahora tampoco, pero había algo que me tiraba y Dios quería mostrarme acá, así que entré sabiendo que el seminario es también un camino de discernimiento. En el seminario Dios va develando poco a poco lo que nos va pidiendo, o mejor dicho, a lo que nos va invitando.

JOAQUÍN: Para mí fue una cuestión de vocación. Poco a poco, por medio de la oración y de algunos acontecimientos de mi vida, fui comprendiendo que Dios me llamaba y me pedía entregarle mi vida por completo en el sacerdocio diocesano. Se trataba, en el fondo, de poner toda mi vida en sus manos como sacerdote para que Él hiciera lo que quisiera conmigo. Fue asombroso ir tomando conciencia de que el Señor me estaba mostrando su plan para mi vida, el que había pensado desde toda la eternidad para mí, para salvarme, para hacerme feliz aquí y, luego, en el cielo. Este deseo interior fue apareciendo con especial fuerza el segundo semestre del 2016, cuando estaba en segundo medio. Finalmente, con el paso de los meses, fue afianzándose la convicción interior de que Dios me quería sacerdote. Así que, después de pensarlo, rezarlo y conversarlo con un par de personas de confianza que me ayudaron mucho, me decidí a decirle que sí.

FRANCISCO: Me sentí invitado por Dios a ser sacerdote y, habiéndolo rezado harto, decidí postular al seminario. La relación con Dios fue, desde chico, algo importante para mí; y la vida sacerdotal se me aparecía como uno de los caminos posibles para mi vida. Tenía la idea de que Dios nos llama a todos a ser santos, y que tiene una vocación para cada uno (también para mí) y que seguir esa vocación es un camino de plenitud y verdadera felicidad. Por eso es que me preguntaba qué querría Dios de mí; y sabía que la respuesta a esa pregunta podría ser, entre otras como el matrimonio y el formar una familia, el ser sacerdote. Así, desde chico se dio en mí (ahora pienso que fue un regalo inmenso de Él) esa disposición de búsqueda y de disponibilidad a la voluntad de Dios. Fue en segundo medio cuando empecé a caer en la cuenta de que Jesús me podía estar invitando a ser sacerdote. Entonces empezó el camino que me llevó a entrar al seminario terminando cuarto medio.

Creo que una de las cosas que me llamaban la atención y que encontraba muy llenas de sentido del ser sacerdote era considerar que esta vida es muy corta (¿qué son ochenta o cien años al lado de la eternidad?). O sea, nuestra vida no se agota aquí, hemos nacido para la eternidad… y dedicar mi vida a trabajar por esa eternidad tenía mucho sentido para mí.

La experiencia en el seminario ha sido muy buena. Me encontré con una propuesta formativa seria e integral: el seminario es un tiempo de formación espiritual, humana, intelectual y pastoral; con distintos instrumentos formativos, distintas etapas formativas, cada una con sus objetivos específicos… y todo en un contexto de vida comunitaria. Verdaderamente han sido años muy enriquecedores. Es verdad que no siempre es fácil y que hay tramos del camino que se hacen más áridos, pero eso es parte de cualquier vida y cualquier camino vocacional, ¿o no?; y no estoy solo: siempre puedo contar con los formadores, con el acompañante espiritual, con los demás seminaristas, con mi familia y amigos, y, obvio, con mi maestro y amigo Jesús.

La etapa escolar en el Colegio Tabancura tiene una gran influencia en todos nosotros. ¿Cómo describirían el impacto que tuvo el colegio en su desarrollo personal y en su decisión de entrar al seminario? ¿Hay algún momento o persona en particular que haya marcado esta etapa?

ANDRÉS. Creo que, para mí, el colegio tuvo dos grandes influencias para mi discernimiento. El primero de ellos fue la presencia continua de Dios en medio del colegio, con la cercanía de los sacerdotes y de los sacramentos. Y el segundo fue la insistencia de que en la vida todos somos llamados a la santidad, que todos podemos ser santos. Y un momento que me marcó mucho en este camino fue mi retiro de Confirmación, especialmente cuando trabajamos con la película "El Rey León" y el trabajo con el sentido de la vida que de esto salió.

TOMÁS: En el colegio encontré sacerdotes jóvenes que dedicaban la vida a algo que era diferente a los demás. En ellos no parecía que hubiera éxitos profesionales ni plata ni fama, más bien se veía gente dedicada al servicio por medio de los sacramentos, en la escucha, la formación y acogida de muchos. Especialmente, descubrí la grandeza que hay en el sacramento de la confesión, donde Jesús perdona los pecados haciendo uso de un cura, entonces pude ver el servicio gigante que esto es.

JOAQUÍN:Para mí el colegio dejó una profunda huella. Pienso que gran parte de lo que soy es gracias a la excelente formación recibida en mi familia y en el Tabancura. Ahí aprendí lo que significa el trabajo bien hecho, la verdadera amistad, el respeto, la responsabilidad y el servicio a los demás. Sin embargo, una de las cosas que más me marcó fue la cantidad de medios que el colegio nos ofrecía para cultivar nuestra vida espiritual. Sin duda la posibilidad de entrar en el oratorio a rezar un rato a la hora que quisiera, el poder ir a la Misa siempre en la semana, la facilidad con que podía confesarme y conversar con los sacerdotes del colegio tuvieron un impacto enorme en mi desarrollo personal y en la profundización de mi amistad con Dios. Todo esto fue como lo que pavimentó el camino vocacional con el que el Señor me sorprendió el 2016. Hubo varias personas importantes en esto, pero destaco especialmente a los capellanes del colegio. En particular, don Jorge Herrera me ayudó muchísimo en el discernimiento de mi vocación. Estuvo siempre muy disponible para conversar, para acoger mis dudas e inquietudes y, en la medida de sus posibilidades, intentar resolverlas.

FRANCISCO: Al Tabancura le agradezco mucho, entre otras cosas, la posibilidad de tener a Dios tan cerca: misa todos los días, confesiones, capellanes disponibles, clases de religión, preparación para los sacramentos y, sobre todo, tener un oratorio donde pasar a estar con Jesús en el sagrario cada vez que quisiera… Tuve muy accesible a Jesús. Creo que eso es un tremendo regalo que se nos dio en el colegio.

También estoy muy agradecido de cómo el colegio se empeñó en enseñarnos que la santidad no es para unos pocos, sino que todos los bautizados estamos llamados a ser santos ahí donde se despliegue nuestra vida. Desde chico que entró en mí un deseo de santidad y de fidelidad a los planes de Dios, y creo que el colegio contribuyó a eso.


La amistad y el compañerismo son fundamentales en nuestra formación. ¿Podrían compartir cómo sus amistades en Tabancura han influido en su camino hacia el sacerdocio?


ANDRÉS: Yo no diría que las amistades me influyeron de alguna forma en el camino vocacional. Me ayudaron y me ayudan mucho en mi desarrollo personal, pero no reconozco un aporte o una tranca de parte de ellos para mi discernimiento. Sí reconozco hoy el aporte que hacen desde su apoyo y cercanía para las vicisitudes en el camino vocacional.


TOMÁS:Mis amigos del colegio son de los primeros que supieron sobre mis dudas referentes al sacerdocio y desde muy chicos conversamos con algunos sobre el tema. Ellos, quizás sin saberlo, me mantuvieron tranquilo cuando había tiempos de más dudas y miedo por no saber hacia dónde iba la vida. Hasta hoy son esenciales… y debo decir que todavía no sé hacia dónde va la vida, pero sí sé que quiero seguir al único que me puede dar la eternidad.


JOAQUÍN: El tiempo del colegio me regaló amistades que valoro y aprecio mucho. Dentro de esos amigos muchas veces encontraba un testimonio constante de coherencia de vida, fe profunda, oración perseverante y servicio abnegado. El hecho de verme rodeado de personas que con su ejemplo me estimulaban a buscar hacer las cosas bien es algo que contribuye mucho a mi vida hasta hoy. Además, a más de algún amigo le compartí el “secreto” de mi vocación antes de salir del colegio y entrar al seminario; el hecho de compartir algo tan importante para mí con otras personas de confianza fue muy importante.


FRANCISCO: La verdad es que me faltó hacer más partícipes a los amigos de mis inquietudes vocacionales. Les conté recién cuando recibí la noticia de que había sido aceptado para entrar en marzo del año siguiente al seminario. Se lo tomaron muy bien y desde el principio me apoyaron. Es verdad que a algunos los he visto menos durante estos años, pero con otros la amistad se ha ido haciendo más profunda; estoy contento por eso.


Decidir seguir el camino del sacerdocio es una elección profunda y significativa. ¿Podrían contarnos más sobre su proceso para tomar esta decisión? ¿Hubo algún evento o experiencia en particular que los llevó a este llamado?

ANDRÉS: Es un proceso largo, que sin duda comienza con la transmisión de la fe desde niño en mi familia, y sigue hasta el día de hoy madurándose. Sí los hitos fundamentales en este camino son ese retiro de confirmación que comentaba y un retiro de Semana Santa del 2017. En ambas ocasiones se me hizo muy presente la realidad de que mi vida tiene un sentido, y que sólo es posible descubrirlo con claridad estando cerca de Jesús (y que en esas ocasiones, y en otras muchas, tenía el color de la vocación sacerdotal). Y, obviamente, el momento de la decisión, cuando caí en la cuenta de que no había seguridad y control en el camino vocacional, sino solo abandono y confianza en el amor de Dios; y, tras caer en la cuenta de eso, decidí tirarme al agua, seguir a este Señor que, durante 6 años, me estuvo llamando. Pero el camino no terminó al entrar al Seminario, sino que ahí tomó una mayor fuerza el discernimiento, y sigo caminando, paso a paso, confiando en que Jesús va conmigo y que quiere llevarme por caminos de amor y felicidad para mí y para otros.

TOMÁS: Es algo que vino desde muchos años, constantemente pinchando desde el alma y que no podía negar, aunque por épocas tampoco podía (o quería) definir muy bien lo que era, y pienso que aún Dios tiene mucho por mostrar.

Posiblemente las primeras veces que experimenté la inquietud fue teniendo cerca de 10 – 12 años, en medio de una familia y ambiente católicos. La familia me regaló mucho, indeciblemente mucho… el colegio aportó sobre todo con la misa diaria y la confesión accesible, el Opus Dei me ayudó con formación y las primeras experiencias de ponerme al servicio de los demás desde la fe, la Universidad me regaló la búsqueda acompañada de amigos tremendamente variados en sus estilos, los amigos me ayudan desde siempre con conversaciones y proyectos que han permitido ir abriendo la mirada a esto que picaba desde dentro pero que no quería terminar de ver, etc etc.

Se fue mostrando poco a poco que la vida de misionero me llamaba desde chico en trabajos, misiones, después en la universidad con diferentes proyectos. Trabajé en la Fundación Misericordia y ahí también encontré una misión evangelizadora que me permitió conocer una labor apostólica muy íntegra que motiva mucho a entregar la vida a una ocupación con fondo, forma y trascendencia.

Finalmente, la experiencia de hacer un retiro de Ejercicios Ignacianos es también algo que marca la vida poniendo orden en ella. Ahí Dios me regaló una comprensión del porqué y para qué de mi vida, dejándome bien claro que estamos hechos por amor de Dios y para vivir en ese amor de la Trinidad, felices eternamente.

La decisión es muchas veces algo de todos los días, hay épocas más duras como en todas las cosas, pero también hay momentos y épocas en que se ve claro el plan: Seguir a Jesús, aunque no sepa a dónde ni hasta cuándo (y ese pequeño vértigo que se suele producir, debo decir que le pone un poco de pimienta al asunto)… Él sabe mucho mejor. Cuando Dios te planifica la vida, el camino es más sencillo.


JOAQUÍN: Diría que hay tres pilares fundamentales en mi camino vocacional. En primer lugar, mi familia. En ella tuve experiencia de una fe que se vivía cada día en cosas muy concretas: la Misa dominical, el rezo del rosario, el trato con los demás y hasta la forma en que ordenabas tu pieza. Recuerdo cómo una vez mi mamá descubrió que había hecho la cama a la rápida y sin mucho esfuerzo… Me llamó y simplemente me dijo: “¿así la haría Jesús?” El testimonio de oración y de vida cristiana de mis papás me marcó mucho. Luego, el segundo pilar fue el colegio y la formación que pude recibir de parte del Opus Dei. Por harto tiempo participé en Los Montes —el centro de la Obra más cercano al colegio—. Entre ambos, Los Montes y el colegio, fui creciendo poco a poco en una relación personal con Dios. Y esto me lleva al tercer pilar: la oración. Hubo un momento de mi vida, no recuerdo si fue en octavo básico o primero medio, en que Dios me hizo comprender la importancia de la oración. Desde entonces siempre me he tomado muy en serio el cuidado de mi vida interior, buscando momentos para estar a solas con Él todos los días. Esto hizo que, con el tiempo, aumentara cada vez más la amistad con el Señor y la confianza en Él. Y resulta que Dios, tarde o temprano, muestra a sus amigos los sueños que tiene para sus vidas. Así que llegó el momento en que me mostró lo que desde siempre soñó para mí. Fue un día de 2016 en que fui a Misa a la parroquia Santa Teresa de los Andes, que quedaba cerca de mi casa. Ese día el sacerdote predicó sobre la falta de vocaciones sacerdotales y la gran necesidad que actualmente la Iglesia tiene de ellas. Para mí era un discurso conocido, pero esta vez me llegó de un modo distinto. Cuando volví a mi casa me empezó a rondar una pregunta: “¿por qué yo no?” Fue pasando el tiempo, los días, las semanas… y esta inquietud no me dejaba. En un proceso de meses fui descubriendo distintos momentos y aspectos de mi vida que me iban haciendo ver cómo Dios me había estado orientando y guiando suavemente hasta la verdad profunda del motivo de mi existencia. De a poco la duda fue transformándose en una convicción que finalmente pude formular así: “Dios me quiere sacerdote”. Pude ver que esto no era una simple idea que se venía a mi mente en ese momento, sino que se trataba de algo más grande, se trataba de un plan divino pensado desde siempre para mí.

FRANCISCO: Como comenté antes, teniendo yo el deseo de ser fiel a los planes de Dios, fue en segundo medio cuando empecé a descubrir que Jesús podía estar, efectivamente, llamándome a ser sacerdote. Creo que algo que me dio un empujoncito para empezar con eso fue la lectura de un libro de san Alberto Hurtado que se llama “La elección de carrera”. Ese año me acerqué a conversar con el padre Juan Irarrázabal, que era en ese tiempo uno de los capellanes del colegio. Con él conversé periódicamente hasta mi entrada al seminario y él me acompañó en mi vida espiritual y mi discernimiento vocacional. Poco a poco, en la oración, la lectura, el acompañamiento espiritual, fui tratando de escuchar la voz de Dios. Repetía una y otra vez, usando palabras de un salmo con el que una vez me topé: muéstrame, Señor, tus caminos; enséñame tus senderos…

Llegó cuarto medio; el colegio terminaba y ya podía postular al seminario. Creía que Dios me podía estar llamando a ser cura y, si no, que el seminario sería un tiempo propicio para descubrir su voluntad para mi vida. Cuando los cuartos medios terminamos las clases y empezó ese tiempo para terminar de preparar la prueba (a mí me tocó la “Prueba de transición”), aproveché de frecuentar una capilla de adoración permanente que había en la parroquia. Ahí le presentaba a Jesús mis inquietudes, mis preguntas… ¿ser sacerdote?, ¿postular al seminario?, ¿postular ahora o darse un tiempo más?... Hubo uno de esos ratos de oración que fue especialmente significativo, en el que recibí de parte de Jesús una invitación a la confianza en Él. Pasaba que, junto con el deseo de entrar al seminario, tenía la idea de que, tal vez, convendría esperar un poco y pasar un par de años por la universidad… y se me ocurrían buenas razones para ello; pero sentí en ese momento que Jesús me invitaba a postular ese año al seminario y dejar que Él se encargara de esas cosas que me inquietaban. Fue un invitación a confiar que se ha renovado y me ha acompañado hasta hoy.

Algún tiempo después, el 9 de noviembre de 2020, en esa misma capilla de adoración, terminé por decidirme: inicié el proceso de postulación al seminario. Y un mes después, cuando estaba haciendo un ensayo PSU en mi casa, me llamó un formador del seminario: entraría en marzo de 2021.

Ahora que están en el seminario, mirando hacia el futuro, ¿qué esperan lograr como sacerdotes? ¿Cuáles son sus principales metas y sueños en esta nueva etapa de sus vidas?


ANDRÉS: Espero lograr estar siempre cerca de Jesús y acercar a Cristo a los demás: ser presencia sacramental de Dios en medio de un mundo que sufre y que ha olvidado que el amor de Dios es real y se quiere derramar por completo en los corazones de todos. Es algo que puede sonar etéreo, pero grafica que mi mayor meta, mi mayor sueño, mi mayor deseo es ser una herramienta útil en manos del dueño de la mies.


TOMÁS: A mí me queda mucho camino y discernimiento para llegar a ser sacerdote, pero lo único que espero es que Dios me regale el poder ser fiel a lo que Él me invite. Ya sea esto en una parroquia cerca del colegio, o al servicio de los más pobres en algún sector complejo, o como misionero en Tumbuctú o quizás en algo completamente diferente: ser fiel, porque al final la vida va para el cielo, no para el suelo.


JOAQUIN: Para mí el futuro está lleno de posibilidades y no sé por qué caminos me llevará Dios. En este sentido, me abandono a sus manos y que sea lo que Él quiera. Pero sin duda espero una cosa: servirle a Él y a la Iglesia con todo mi ser. Espero poder ser como una extensión de Cristo en el mundo, esparciendo su gracia, su misericordia, su perdón y su consuelo entre los hombres y mujeres de hoy. Espero también poder ayudar a otros a buscar y encontrar a este Dios que a mí me ha cautivado, que me ha dado un nuevo horizonte de vida y me ha hecho realmente feliz. En esta línea, mi principal sueño es poder ser testigo de las maravillas que Dios hace en las personas; en cómo las va conquistando hasta transformar completamente sus vidas en una existencia gozosa y plena de sentido.


FRANCISCO: Por ahora en el seminario espero seguir poniendo de mi parte para aprovechar la formación y dejar que Dios vaya trabajándome. Y espero también ir dando pasos para confirmar mi vocación.

Y de sacerdote, espero estar siempre atento y fiel a la voluntad de Dios: su voluntad para mí y para las comunidades y parroquias a las que me envíe. Me encantaría, en ese sentido, ser un instrumento bueno y dócil con el que Él siempre pueda contar para llevar a cabo su obra en medio de los hombres.


Para finalizar, ¿qué consejo le darían a sus compañeros de Tabancura que están considerando su propio camino y vocación? ¿Alguna lección importante que hayan aprendido y que quieran compartir con ellos?


ANDRÉS: Creo que se resume en dos cosas: Dios tiene para cada uno un plan de amor y que es deber nuestro acercarnos a Él para descubrirlo, y que llega el tiempo de tirarse al agua y confiar en Aquél que nos ama y que nunca nos fallará. La vocación sacerdotal, como toda vocación, es un camino de alegría y de apertura a la obra de Dios, que es siempre nueva, siempre transformadora, y, en la gran mayoría de las ocasiones, oculta.


TOMÁS: Buscar la voluntad de Dios, que no es voluntad de un tirano, sino de quien conoce a fondo los anhelos más profundos de mi alma porque Él la creó y puso esos anhelos ahí. Es una voluntad que se va viendo con calma durante el paso de la vida. Dios es fiel y sus tiempos son mucho más perfectos que los míos. Y clave: ser sincero con uno mismo, cuidar mucho la libertad y jugársela a ver qué pasa (dejar que Dios se haga cargo).

JOAQUÍN: Hay una cosa que para mí fue fundamental: la confianza en Dios. Es normal que ante la pregunta sobre nuestra vocación surjan dudas, inquietudes y miedos. Se trata de algo que implica toda nuestra vida y, de algún modo, da una sensación como de vértigo. Por eso, pienso que el tema de la vocación solo se puede afrontar adecuadamente desde la confianza en Dios. A mí me ayudó mucho pensar que Dios es quien más está interesado en mi bien, que Él me conoce más que yo mismo y que me ama de un modo absolutamente desmedido —siendo capaz de un acto tan desbordante de entrega como el sacrificio en la Cruz—. Para mí éstas no eran meras ideas en mi cabeza, sino convicciones profundas experimentadas personalmente gracias a la oración y a los sacramentos. Por eso, a todo el que esté pensando sobre su vocación, solo le digo esto: “confía. Ponte en las manos de Dios. No tengas miedo, que en esas manos estás más seguro que en cualquier otra parte. Y en esa relación de confianza con Él, en el momento que el Señor estime conveniente, te irá mostrando tu camino. Mientras tanto tú confía, pídele luz para ver su voluntad y fuerza para querer seguir lo que te muestre, sea lo que sea.”


FRANCISCO: Les diría, en primer lugar, que recuerden una y otra vez lo mucho que Dios los quiere. A veces se nos cuela con mucha facilidad el vivir nuestra fe como si Dios fuese un juez castigador, atento a nuestra más mínima imperfección para condenarnos… Y eso no es lo que nos enseñó Jesús. Vivir bajo una idea como esa de Dios conduce más a una experiencia de esclavitud y temor que de libertad, amor, plenitud y auténtica felicidad. Somos amados apasionadamente por Dios. Tanto que se hizo hombre y dio su vida por nosotros, por cada uno… La vida cristiana consiste más en encontrarse con una Persona (un hombre llamado Jesús) que en un montón de ideas o un conjunto de prácticas y normas.

Les diría, por otro lado, que es un tremendo error decidir qué camino tomar pensando dónde voy a ganar más plata, como si fuera la plata la que nos da una vida plena. Les diría que, más bien, no duden en hacer a Dios partícipe de sus vidas y sus decisiones. Si Dios nos ama y nos quiere felices, no hay mejor manera de vivir una vida con sentido, una vida plena, que viviendo de acuerdo con el plan de Dios, preguntándole a Él qué quiere de nosotros. Y preguntar a Dios qué quiere de nosotros no significa que nos vaya a pedir ser curas. Muchas veces se habla de vocación para referirse solo a una vocación sacerdotal o religiosa; y, en realidad, Dios llama (vocación = llamado) a todos a vivir unidos a Él, en una relación de amistad profunda con Él… De ahí Él nos ayudará a ir desplegando todos nuestros dones (que Él mismo nos ha regalado) en los caminos que, con su ayuda, iremos recorriendo: estudiar y ejercer tal o cual carrera, involucrarse en algún proyecto social o en la pastoral de la universidad o la parroquia, casarse, formar una familia, ser sacerdote, ser diácono, ser numerario, ser religioso, desarrollar tal o cual veta artística, emprender tal o cual proyecto, etc., etc. Los caminos de Dios van en perfecta sintonía con lo que somos, y dejar que Él nos vaya mostrando el camino no significa (¡para nada!) perder nuestra identidad, sino todo lo contrario. Él nos creó, Él nos puso en tal familia, en tal época, con tales capacidades…, y Él quiere lo mejor para nosotros. Por eso es que insisto en que acercarse a Dios y hacerlo partícipe de lo nuestro es el camino para vivir una vida plena y llena de sentido, una vida de la que, al morir (cuando, por cierto, ya de nada nos valdrá la plata que hayamos ganado), podamos decir: “valió la pena”. Y creo que esto vale para cualquier persona, no solo para los que hoy están enfrentados a la pregunta de qué carrera estudiar o qué hacer con su vida, sino también para los que llevan más camino recorrido y tal vez ya son profesionales, ya tienen familia…, incluso para los que están ya jubilados.

Y si alguno siente que Jesús lo está invitando a ser sacerdote, le diría que no desoiga esa invitación, que pare a escucharla. También el ministerio sacerdotal, de la mano de Dios, puede ser una vida inmensamente feliz y fecunda. Aprovecho aquí de pasar el dato de que en el seminario hay un equipo que está siempre disponible para echar una mano y orientar. Pueden hablar con ellos (sin ningún compromiso): +56 9 3079 5190 / pvocacional@seminariopontificio.cl.

Las historias de estos seminaristas nos recuerdan que la vocación es un camino de entrega y confianza. Cada uno, a su manera, ha descubierto en el sacerdocio una forma de servir a los demás y vivir su fe con autenticidad.

El testimonio de estos Tabancureños nos invita a reflexionar sobre nuestras propias vocaciones, cualquiera que sea el llamado que Dios tenga para nosotros. Porque, al final, lo importante es vivir con sentido,  y con la certeza de que nuestra misión en el mundo puede transformar vidas.

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